de Castilla La Mancha a Cataluña
Europa en invierno aparecía como un desafío diferente, después de tantos kilómetros pedaleados por el llamado Tercer Mundo. Las buenas condiciones de infraestructura que a priori se pueden pensar en el continente se veían complicadas por el duro invierno que suele vivirse en esta parte del mundo. Incluso nuestro amigo Estani, desde Madrid, nos había invitado a irnos con él y su esposa Micha a pasar el fin de año a un lugar en las cercanías de la capital española donde se podría esquiar. Sin embargo, no nevó, por lo menos en España, de modo que pasaríamos en Madrid, con ellos y Pablo, otro amigo en común, el Año Nuevo.
Al arribar al aeropuerto de Barajas nuestro problema no fue, de hecho, la nieve, sino cómo llegar al centro de la capital sin tomar autopistas, en las que está rigurosamente prohibida la circulación de bicicletas. Lo resolvimos tomando el autobús hasta la estación de Atocha y luego cruzando Madrid por el paseo de la Castellana hasta Chamartín, donde Estani nos había conseguido un hotel, por canje con su restaurant Sudestada. Acostumbrados a las rutas de nuestros países, donde generalmente podemos andar sin problemas en bicicleta, como no sea la peligrosidad de los conductores u otros riesgos, esta característica de las carreteras españolas nos complicó un tanto lo que teníamos pensado como recorrido.
Las bicicletas habían sufrido en el vuelo. Al armarlas en las afueras de la estación de Atocha, descubrimos un rayo roto y un pedal trabado en la bici de Andrés y el fusible torcido en la de Karina. Este desperfecto lo terminó solucionando en Barcelona un bicicletero argentino, Marcelo Piñeyro, que lo alineó "a domicilio", y los problemas de la otra bicicleta, más sencillos, los arreglamos en una bicicletería en Madrid.
En Madrid también tuvimos la guía de nuestro amigo madrileño José Luis Carretero, miembro del sindicato Solidaridad Obrera, con el que, entre otras cosas, visitamos algunas librerías especializadas en temas políticos y sociales.
Después de algunos días en la capital, salimos a la ruta para atravesar la meseta castellana, rumbo a Barcelona, el 4 de enero. Habíamos intentado salir el día anterior, pero cuando estábamos por colocar el trailer advertimos que los bicicleteros madrileños que habían reparado la bici de Andrés también habían cambiado, sin que nadie se los hubiera pedido, el eje de la rueda trasera especialmente diseñado para poder enganchar el remolque, por uno normal. “Es que lo vimos rotillo”, fue la respuesta. Por suerte lo habían conservado.
Salir de Madrid evitando las autopistas fue bastante complicado. Finalmente, después de bastantes vueltas, llegamos a Alcalá de Henares, un lugar bastante próximo y con varios monumentos dignos de visitar, catalogados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata, entre otras cosas, de la ciudad con la universidad más antigua de España, fundada por el cardenal Cisneros, famoso también por haber quemado en la plaza pública todas las obras literarias de los moros de Granada. Por la misma época, la ciudad fue sede, en la hoy gráficamente llamada Casa de la Entrevista, de la primera reunión entre los reyes Católicos y Colón, en 1486, y el lugar natal de Miguel de Cervantes.
Al día siguiente, saliendo de Alcalá, comenzó nuestro verdadero viaje por el interior de Castilla, recorriendo por rutas secundarias y de escaso tráfico el corazón mismo del Reino de España, seco y frío en invierno, por suerte sin nevadas, y plagado de pueblos minúsculos donde se conserva el ambiente de la vieja Castilla. Cruzamos un terreno bastante accidentado y que superó los mil metros de altura en varias ocasiones, con temperaturas que con frecuencia alcanzaban valores bajo cero, aunque el sol que siempre brilló hizo más llevadera la pedaleada. Pasamos por decenas de poblados que oscilaban entre los cien y los quinientos habitantes, aunque siempre con dos o tres bares para que los viejos parroquianos se juntaran a charlar, discutir sus problemas tozudamente (como varias veces los vimos) y jugar a la baraja. Pueblos antiquísimos con su vieja iglesia, de estilo románico o gótico, su ayuntamiento y casi sin jóvenes que, como en cualquier pueblito del interior de Argentina, migran en busca de una vida distinta de sus padres y abuelos campesinos.
Este trayecto, diferente al clásico recorrido turístico por España, empezó a apenas dos kilómetros de Alcalá de Henares, cuando tomamos una senda forestal hacia los Santos de la Humoza, pueblo que se veía desde la autopista como una iglesia y un par de árboles sobre una colina lejana pero que, al llegar, encontramos más grande de lo imaginado. Los villorrios españoles guardan esa diferencia con los latinoamericanos: de lejos se ven las iglesias y un par de edificios de piedra, pero al entrar aparecen casas modernas o modernizadas sobre las mismas estrechas callejuelas trazadas siglos ha, los infaltables bares y una imagen de prosperidad que los diferencia de sus pares del otro lado del Atlántico.
Saliendo de Humoza empezamos a trazar un camino particular que nos llevó lejos de la autopista que une Madrid y Barcelona, empalmando carreteras y avanzando por la vieja meseta de Castilla. Los días del invierno son cortos y lo quebrado del terreno, con una o dos cuestas bastante importantes todos los días, nos hizo ir más lento de lo pensado. El segundo día, llegando a Brihuega, tuvimos que hacer un tramo de varios kilómetros en la oscuridad, y lo mismo pasó al día siguiente, aunque no por un mal cálculo, sino por la imposibilidad de conseguir hospedaje en el pueblo de Saelices de la Sal, donde parecía vivir poca gente, y nadie que supiera donde nos podríamos alojar. Las tres o cuatro personas que vimos por la calle parecían escaparnos, como si estuviéramos en un remoto pueblo de la Puna donde por vergüenza o timidez la gente se esconde del forastero. Aquí parecía, en cambio, desinterés o indiferencia. Ya había oscurecido cuando unas personas que llegaron en auto al bar del pueblo nos confirmaron que había un hospedaje, una Casa Rural, en el pueblo vecino Riba de Saelices, dos o tres kilómetros más adelante, que tuvimos que hacer, nuevamente, de noche.
Una larga subida nos llevó, al día siguiente, a los bordes del parque natural del Alto Tajo, mientras veíamos sobre las sierras las modernas hélices de energía eólica que vinieron a reemplazar, en Castilla La Mancha, a los viejos y célebres molinos de viento. Llegamos así a Molina de Aragón, pequeña ciudad reputada como la más fría de todo el territorio español y donde, confirmando este hecho, salimos a la mañana a pedalear con cinco grados bajo cero.
En Molina de Aragón hay un casco medieval, con su judería y su morería de calles estrechas, y un castillo macizo en las alturas. Fue en la época un señorío independiente, disputado entre dos reyes homónimos y con distintos apodos: Pedro I El Cruel, de Castilla, y Pedro III El Ceremonioso, de Aragón. Finalmente quedó para Castilla.
Fotos de Madrid: click aquí.
Fotos del recorrido por Castilla - La Mancha: click aquí.
POR LOS CAMPOS DE ARAGÓN
Dejamos una Molina de Aragón desierta, donde sólo parecían trabajar en fin de semana los inmigrantes, como la rumana Mónica que tenía un almacén sólo de productos rumanos para la numerosa comunidad de su país o el musulmán que atendía la única frutería abierta el sábado a las 19. La temperatura era un par de grados bajo cero. Molina está en una de las zonas más altas de la meseta castellana, unos 1.100 msnm, y muy cerca del límite con Aragón.
Aragón fue parte del antiguo reino de Aragón y Cataluña que se unificó con Castilla y León para formar España. Fue, también, el corazón de las colectivizaciones agrarias que los anarquistas de la CNT intentaron llevar adelante durante la Guerra Civil, entre mediados de 1936 y 1938. Poco debe quedar de esa historia, pero los primeros pueblos aragoneses que atravesamos lucían más pobres, pero menos medievales, que sus vecinos de Castilla.
Ese día hicimos poco más de 60 km, porque de continuar debíamos subir dos cuestas importantes –dos “puertos” de montaña– que no podríamos completar en lo que quedaba de luz. Pero no contábamos con que en el pueblito de Caminreal nadie quisiera alojarnos: un hotel estaba cerrado, un hospedaje estaba sospechosamente completo y, por último, la casa rural que le dieron como dato a Karina como si fuera un secreto bien guardado que no le dan a cualquiera, no quiso hospedarnos porque “por una noche no iban a prender la calefacción”. Le explicamos a la señora que teníamos que desandar 8 kilómetros en bicicleta (una distancia corta pero que da bronca repetirla), que nos quedábamos con las bolsas de dormir, sin calefacción, y varias otras propuestas, pero no hubo caso, y menos cuando llegó el terco esposo. Así que marcha atrás, rumiando bronca, hasta un hospedaje en el pueblo del que habíamos salido un rato antes. Y, al día siguiente, otra vez, la tercera, los mismos ocho kilómetros hasta, ahora sí, comenzar a subir el puerto de Bañón, de 1258 metros. Una altura modesta pero que exigió sus buenos 6 o 7 km de subida. Subimos luego el que sería la máxima altura en España, el puerto de Mínguez, de 1300, y otro más un poco más bajo al otro día, pasando otra pequeña ciudad, Montalbán, hasta que empezamos la bajada que nos sacó de la meseta y nos adentró en Aragón. Casi de noche llegamos a la ciudad de Alcañiz, poco conocida pero interesante, con varios monumentos medievales y un castillo de la orden de Calatrava.
Volvimos a subir para salir de Alcañiz, aunque no tanto, unos 450 metros, y nos adentramos sin saberlo en lo que fue el teatro de operaciones de la mayor batalla de la Guerra Civil, la batalla del Ebro. A mediados de 1938, el ejército republicano intentó recuperar la iniciativa mediante una ofensiva que terminó fracasando y sellando, meses después, su derrota y la victoria al franquismo que condenó a España a 40 años de dictadura fascista, de la que todavía quedan abundantes secuelas de olvido y rémoras de dudoso cariz democrático en este régimen que tantas veces nos quisieron hacer aparecer como un "modelo de transición".
Nos dimos cuenta que estábamos en territorio de la batalla del Ebro al cruzar Gandesa, donde vimos un museo dedicado a la batalla. Pocos kilómetros más adelante, en Corbera d'Ebre, algunas casas muestran aún en sus fachadas las huellas de tiros y cañonazos, pero también un resquicio de memoria que no habíamos visto antes en este recorrido español.
Ya estábamos en Cataluña.
Fotos de Aragón: click aquí.